miércoles, 21 de enero de 2009






“Las ONG ecologistas son colonialistas”


Por Agustín J. Valle /

En su libro Ecofascismo, acusa a las grandes organizaciones ambientalistas de ser instrumentos de intervención sobre las soberanías nacionales de los países del Tercer Mundo. También considera que forman parte de un formidable negocio -con ramificaciones políticas y económicas- del que viven miles de personas en todo el mundo.
Las voces disonantes nos alertan de nuestra participación irreflexiva en consensos naturalizados,y, según Jorge Orduna, las megalópolis contemporáneas sufren la naturalización de nociones sobre la naturaleza, que es preciso rever. “El trabajo sobre la opinión pública es tal que parecería que la creación de un parque nacional no puede ser tomada nunca de otra manera que no sea positiva”, dice el periodista. Las organizaciones ecologistas, plantea en el libro editado por Planeta vía su sello Martínez Roca, son poderosas redes político-económicas -donde lo científico está ausente- que manejan anualmente al menos siete mil millones de dólares con los cuales viven miles de personas y logran injerencia en las decisiones territoriales de los países tercermundistas.
¿Sobre qué se basa la sana imagen de la que gozan socialmente estas organizaciones? La población urbana es proclive a sensibilizarse respecto de la naturaleza, incluso a mistificarla, justamente por la escasez de vida natural en la ciudad. Se margina la visión objetiva y científica. En parte, los medios promueven esta hipersensibilización. Es notable la cantidad de gente que se pasa el día enganchada a la amplia oferta de canales televisivos sobre las maravillas del mundo natural, a veces, como un modo de evitar enterarse de política, como un refugio frente a la realidad social, y ahí se difunde una serie de preconceptos sobre lo natural que no siempre son buenos para un país. Se tiende a olvidar que la determinación de la conveniencia o no de un parque natural es un asunto a debate que debe ser decidido por los especialistas teniendo en cuenta intereses de desarrollo económico nacionales; es decir, tiene que ser decidido por el país, no promovido por organizaciones no gubernamentales transnacionales.En los últimos años, ¿se crearon parques?Sí, claro, a veces a pedido de propietarios privados extranjeros, como en Corrientes y en la Patagonia. Dicen protección cuando hablan de no desarrollo. Uno se pregunta si es gente que viene de la biología, pero no, vienen del corte y confección, son empresarios de indumentaria deportiva que han hecho millones en Estados Unidos. Seguramente, sean grandes artistas en su trabajo, pero nada los califica para decidir sobre nuestros recursos naturales. Un ejemplo es Douglas Tompkins, que pertenece a la ONG Deep Ecology, que causalmente también tiene una filosofía ecologista. Su planteo del mundo es más asimilable a una secta religiosa que a una organización científica.¿En qué se parece a una secta?Insisten en una antropomorfización de la naturaleza casi fanática. Los activistas consideran que los árboles son hermanos o que hay que tratarlos como a nuestros mayores, pero a mis mayores no los talo. Proyectan cualidades y valores humanos sobre plantas y animales. Lo cual está muy bien, para la poesía. Pero no para la ciencia ni para organizar territorialmente un país. En esta capacidad de enajenarnos en la naturaleza, tiene mucho que ver la influencia de los dibujos animados estadounidenses, perfectamente coherentes con el hecho de que haya gente que vive sola y termine sosteniendo que su mascota es mejor que las personas. Este tipo de cosas, en quienes están en una relación de mayor necesidad con la naturaleza, adquiere una forma más realista. En el campo, la gente adora a los perros, sin embargo, no les permiten acercarse a la casa porque traen bichos, es una cuestión de higiene, sencillamente. El hombre urbano ve crueldad en esa conducta, pero si criara ahí a sus hijos comprendería rápidamente. O en el monte, digamos de San Luis para arriba, alrededor de las casas en el campo anidan montones de bichos, vinchucas, escorpiones, y si uno tiene niños, encuentra como solución quemar una hectárea alrededor, por lo que difícilmente se lo pueda acusar de otra cosa diferente que de proteger a su familia.¿Alguna de las distintas filosofías ecologistas le cae mejor?Me quedaría en el terreno científico, fuera de una asociación de este tipo. La historia de la Tierra muestra abundantes extinciones, casi totales, de las especies. Hubo calentamientos globales, hubo inundaciones, vulcanismo, meteoritos, que generaron extinciones masivas, hasta el noventa por ciento de las especies marinas, por ejemplo, en algunos casos. Entonces, ¿de qué se habla cuando se habla de equilibrio ecológico? No es que el mundo viene así desde siempre y nosotros lo estamos alterando, sino que es el resultado de una permanente situación de cambio; en ese devenir, en cierta forma caótico, nos encuentra el presente. Y tenemos un poder, el poder de influir sobre la naturaleza. ¿De qué manera influimos? Vamos a tener que establecer una jerarquía de valores y, para hacerlo, hay que tener en cuenta los abordajes científicos interdisciplinarios, no a las organizaciones de militancia y lobby. Al menos, no para crear parques nacionales, que son cosas que tienen que ver con la soberanía de los países. Si no, nuestros gobiernos terminan recibiendo de las ONG un asesoramiento para lo que tendrían que resolver por sí mismos y con criterio independiente; es una forma de colonialismo.¿Cómo surgen estas organizaciones con tinte colonialista?Muchas veces, no hay intereses preconcebidos sino que surgen espontáneamente, pero en cuanto tienen cierto éxito hay media docena de verdaderos sectores de poder tratando de ponerle el sombrero. ¿Cuáles son esos sectores?Lo que muestran los directorios de las conservacionistas es una gran cantidad de gente de empresas multinacionales, que no tienen nada que ver con las imágenes promovidas de organizaciones ambientalistas, de jovencitos en un bote enfrentando a la flota pesquera. ¿Y qué beneficios obtienen esos sectores de la existencia de Greenpeace, por ejemplo?Algunos sectores tienen interés de que exista en Estados Unidos y, otros, de que exista en el exterior. Dentro de Estados Unidos, las actividades de los ecologistas tienen el mismo efecto que aquí, de poner trabas al desarrollo industrial, es decir, que a nosotros nos convendría que les fuera bien, pero en países con industria débil como los nuestros, cada freno es mucho más significativo. ¿Cuáles son las fuentes de financiación?Tiene dos fuentes principales. Una, gubernamental; otra, la de las big charities de Estados Unidos, las grandes organizaciones filantrópicas, generalmente de raíz protestante. Los volúmenes que maneja son inmensos. Y su distribución es una política que implica una ideología.¿Hay montos estimados?En ecología se habla de siete mil millones de dólares, pero se puede sumar mucho más porque están también los ministerios de cooperación europeos, las oficinas de protección ambiental. Hay muchísima gente viviendo de los problemas ecológicos. Es una cadena de intereses sumamente compleja. Por otra parte, fuera de estas formas de financiación más clásicas, están también las que se jactan de no recibir fondos, que reconocen el condicionamiento que eso implica. Quedan obligados a que el público los financie. Para eso, apelan a mecanismos de marketing y publicidad. Y así se hacen muchas más campañas para alertar sobre el peligro de extinción de animales fácilmente antropomorfizables que sobre otros que, tal vez, están en un riesgo mucho mayor pero tienen la mala suerte de ser feos. ¿Qué podría hacer el Estado para evitar la injerencia abusiva de estas entidades?Dejar las decisiones en manos de especialistas. La capacidad científica está. Pero el sector científico carece de medios y de una política comunicacional agresiva para defenderse de esta inducción de la opinión pública por parte de quienes sí se han dado cuenta de la importancia que tiene en las democracias modernas la presencia mediática y la opinión pública.






Revista Debate, 6 de setiembre de 2008.
Ecofascism Ecofascisme