miércoles, 21 de enero de 2009






Jorge Orduna
“No nos sirve vivir en un jardín gigante”

Por Martín Mazzini

Pone a las organizaciones ecologistas bajo la mira y afirma que llevadas al extremo son un arma del imperialismo. La investigación para su libro Ecofascismo y una óptica particular sobre un tema candente.


En los ’70, los jóvenes volcaban su sensibilidad a lo social. Ahora, impedidos tal vez de hacerlo, la vuelcan a lo natural. Pero queda una cuenta pendiente”, dice Jorge Orduna, periodista y ensayista que investigó la estructura de las organizaciones ecologistas y acaba de publicar Ecofascismo (Martínez Roca/Planeta), donde denuncia la reiteración de ideas racistas entre sus fundadores, el fundamentalismo que termina por perjudicar al hombre y una nueva forma de imperialismo. Salvando las distancias, el libro de Orduna (autor, también, de ONG. Las mentiras de la ayuda) es algo así como un Para leer al Pato Donald de la ecología.–¿Está de acuerdo con el consenso sobre el cambio climático?–Sí, pero no con el pánico. En la forma dramática en que está siendo presentado el problema hay exageración y voluntad de generar en el público una actitud favorable a determinaciones que se toman a nivel internacional sobre estos problemas. La publicidad apocalíptica siempre funcionó bien en la sociedad norteamericana, por su componente protestante. Para países débiles como los nuestros, es un peligro aceptar cualquier cosa porque están en juego los recursos. Ciertos temas se plantean sin mostrar la otra cara. Por ejemplo, hubo cinco o seis grandes hecatombes ambientales y en una desapareció el 95 por ciento de las especies marinas. Cuando surgieron datos que indicaban un calentamiento global, se debatió en la comunidad científica si la causa era humana. Pero rápidamente se pasó a promover de manera exclusiva el origen humano. El mensaje mediático no coincide con la necesidad de buena información de la gente.–¿Cuál es el peligro?–Películas como La verdad incómoda de Al Gore generan una opinión pública favorable al conservacionismo. Entre lo que se puede hacer, está la creación de áreas protegidas o parques nacionales, que proliferaron en los países latinoamericanos. En zonas nuevas como la Patagonia, Douglas Tompkins compró miles de hectáreas que entregaría al Estado para que las convierta en reserva. La creación de un parque nacional es un tema de soberanía. Y no todo lo que se conserva está bien. Si no, terminaríamos viviendo en un gran parque. La conservación implica limitaciones para el desarrollo en base a ciencia, tecnología e industria. No nos sirve vivir en un jardín gigante.–¿Qué le critica a Tompkins y al altruismo?–Tompkins se hizo millonario viniendo del corte y confección: no tiene ninguna calificación. Si uno lee sus sitios de Internet verá que varios ecologistas son prácticamente sectas religiosas. Hacen una transferencia de valores humanos a la naturaleza: los árboles son sagrados, las montañas hermanas. No funcionan con la ciencia. Y estas asociaciones, que figuran como entidades científicas, determinan la creación de parques con esa filosofía a nivel mundial: son consejeras de las Naciones Unidas, los gobiernos les piden consejo, tienen una presencia mediática muy importante. La situación de los organismos científicos en la Argentina es tan mala que los medios piden información a los ecologistas antes que al Conicet. Y no son temas de ciencias exactas: hay distintas visiones.–¿Cómo describiría la filosofía verde?–Se compone por un lado de una visión new age, que de nueva no tiene nada, existió en tiempos de la Alemania nazi. Por el otro, señalo el carácter antidemocrático que tiene la promoción del control poblacional en países del Tercer Mundo por parte de ecologistas del primero; es un elemento fascista. No se consulta a nadie y se decide por nosotros.La afirmación de Orduna puede sonar exagerada, pero su investigación muestra un vínculo entre las ideas eugenésicas, una interpretación interesada de las teorías de Darwin aplicadas a la humanidad, y la fundación de las entidades ecologistas que dominan el panorama hoy (como World Wildlife Foundation, cuya filial argentina es Vida Silvestre). “Ernst Haeckel, creador del concepto moderno de ecología, fue uno de los principales contribuyentes al marco teórico del nazismo”, sostiene Orduna en su libro.–¿Estas ideas siguen presentes?–En general, sí. Hay ecologistas en Alemania que entienden este aspecto del problema, pero son pocos. Los grandes aparatos se mueven en base a los medios y adoptan, para influir, tácticas de marketing: buscan lo más escandaloso.–¿El planteo es que la superpoblación destruye el planeta y hay que reducir la cantidad de gente?–Exacto. Como decía Malthus, naturalmente van a morir por hambrunas y guerras, entonces conviene promover la disminución poblacional. La superpoblación es un problema grave, pero las soluciones deberían surgir de la decisión soberana de los países. Además, reducir la población no es la única manera. La idea de equilibrar los ingresos no aparece nunca. Es la señora del country que ve crecer detrás de la pared la villa miseria y tiene empleadas domésticas que vienen de ahí. Estados Unidos y todos los países industrializados se sienten amenazados por el crecimiento de población. Para ellos es una amenaza a la seguridad, pero lo plantean como una amenaza para la humanidad. África no está superpoblada: no hay inversión agrícola. Entonces, la gente se amontona en suburbios y las imágenes que nos llegan son de multitudes empobrecidas caminando por el barro. Y en el interior hay parques maravillosos, inmensos... sin cercos. La gente que cultiva lechuga se encuentra a las tres de la mañana un elefante destrozando su trabajo de meses.–Impresiona lo que cuenta sobre el marfil: que la prohibición total no era la mejor opción, incluso entre los ecologistas.–Pero era más fácil vender esa idea, aunque terminara promoviendo el comercio ilegal. Es el peligro de utilizar los medios como herramienta central de trabajo. La publicidad tiene sus leyes: la consigna debe ser fácil. Si se necesitan tres frases, no sirve. Es “muera” o “viva”. Y es un peligro en temas delicados, donde las soluciones son complejas. Con los derechos de los niños es igual: cualquiera comparte la idea de que deben dedicarse a estudiar y jugar, como martilla una propaganda en el interior. Pero donde yo vivo, una zona rural de Mendoza, los hijos de los puesteros llegan del colegio y traen las cabras, que es como hacer las camas para un chico de ciudad. En Capital, si dejan de trabajar los 4.000 chicos cartoneros, debiera haber una organización pensando cómo contenerlos. Pero las ONG son especialistas: “El resto no me compete”. –¿Hay otros ejemplos de ayuda interesada?–Esto no es gratuito. Hay una gran cantidad de dinero circulando. El indigenismo y los derechos de la mujer son las causas preferidas de todos los ministerios de cooperación europeos y norteamericanos. España gasta millones en promover los derechos de la mujer en Latinoamérica, cuando tiene cifras escandalosas de violencia familiar. ¿Qué permite la promoción en otros países de derechos que no están resueltos en el propio? La capacidad económica. La Argentina tendría el mismo derecho de promover en el exterior las mismas causas, no hay una superioridad ética. La promoción de causas por ONG extranjeras o con fondos extranjeros tiene la potencial posibilidad de una aplicación reaccionaria, destructiva y nefasta para los países del Tercer Mundo. Un buen ejemplo es el derecho de autodeterminación de las naciones, que nadie puede cuestionar y si se lleva a sus máximas consecuencias implica la separación. Esta idea se puede promover bajo la égida de unidad: “podés irte ahora o en cien años porque lo ponemos en la Constitución, pero no te vayas. ¿Qué vas a hacer solo?”, o bajo una voluntad de separación: “Tenés derecho, te oprimieron toda la vida, nunca trajeron un centro de salud, separate que te vamos a ayudar”. Es lo que está pasando en Bolivia: reclaman la autodeterminación unidades de 39 personas. Una multinacional como Shell o Esso los puede convertir a todos en millonarios. En los liderazgos indígenas andinos hay un alto grado de corrupción.Orduna, que “huyó” de la Universidad de Paris VIII luego de mayo del ’68, reconoce que su libro “es chocante, aunque no debiera serlo. Cité norteamericanos y europeos para mostrar que la crítica de ciertos aspectos es internacional. Lo sorprendente es que en la Argentina y los demás países subdesarrollados no la haya. El periodismo del subdesarrollo considera palabra santa lo políticamente correcto, lo que viene de organismos como Naciones Unidas, como si las personas que llegan a los altos cargos de las agencias fueran ajenas a intereses e influencias, cuando es todo lo contrario.”–¿Cuáles son las principales críticas en el exterior?–Las mismas que hago yo. Hay profesores que llaman a su materia “Ecología e Imperialismo”. Después está la crítica de cuestiones puntuales, si fraguaron un spot publicitario, pero no es importante. Sólo demuestra la presión que reciben de la estructura en la que están inmersos: los donantes, gobiernos, situaciones políticas complejas.–¿Las ONG ecologistas son las nuevas armas del imperialismo?–Sí, aunque no la única. Al progresismo latinoamericano, el imperio lo está corriendo por izquierda, cuando lo sigue esperando por derecha.–Greenpeace, una de las “big green”, parece la más activa en el país. ¿Es así?–Si bien es de las más visibles, hay otras sin presencia mediática financiando proyectos que les presentan ONG locales. Y si no pueden financiarlas, les proveen una inmensa cantidad de información, material que se supone “científico” pero que es bastante discutible.–¿El conflicto por las mineras en la Argentina es genuino?–Se mezclan cosas distintas. En varios de nuestros países, la corrupción y otros elementos hacen que la explotación no sea rentable para el país. Los ecologistas tratan de respaldar la lucha contra la contaminación con argumentos de economía. Estamos de acuerdo en que las minas no deben contaminar, pero de ahí a decir “no a la minería”, como he visto en carteles en Capital, es un escándalo, como si dijeran “no a la agricultura” porque Monsanto y Cargill se llevan la mayor parte de la producción granera. La minería es indispensable como fuente de desarrollo industrial.–Dice que Ecuador puede perder la soberanía sobre las Galápagos. ¿Hay una región comparable a esas islas en la Argentina?–La Patagonia es un problema. Hace poco, líderes indígenas reclamaron la mitad de la provincia de Jujuy. Si no está tan avanzado como en Galápagos, donde es posible que el país pierda todo margen de soberanía, acá se ven factores que indican ese camino. Si algo es demasiado importante para la humanidad, ningún país va a tener derecho a tomar decisiones sobre eso. La promoción del pánico, la exageración del valor de la biodiversidad de ciertos territorios, los pactos internacionales van generando un clima que dice: “Estos territorios son demasiado importantes para dejarlos en manos de los países del Tercer Mundo, que encima son recorruptos, con escaso desarrollo científico-intelectual: tenemos que asumir esta responsabilidad”.–¿Quiénes?–El poder. Los ministros de planificación y economía de países como Suiza o España, muy escasos en recursos, no pierden el tiempo tratando de encajar al cuñado una concesión. Trabajan pensando en la supervivencia de su país, en un mundo donde reinan las malas artes. –¿Evaluó el peligro de “jugar” para las multinacionales que dañan el ambiente?–Sí, por supuesto, pero alguien tiene que decirlo. El argentino, si bien ve televisión y compra Coca Cola, tiene reticencia a tomar como palabra santa todo lo que venga de los medios. Y sospecha que algo no es del todo claro en el auge ecologista. El fundamentalismo ecologista convierte a una chimenea en un escándalo. Si paso por Atucha con un norteamericano, me enorgullezco porque mi país tiene físicos nucleares, universidades, cultura, desarrollo. Mostrarle lo lindos que son los ñandúes no dice nada de mí ni de mi pueblo. Pero la fuerza de la publicidad puede imponer la idea de que toda industria es hasta visualmente contaminante. Es fácil vender esa idea a jóvenes con bajo grado de educación. Decir no a la energía nuclear es gravísimo, cuando fuertes sectores dentro de la ecología no ven una salida ecológica mejor que la energía nuclear. Pero decís “Chernobyl” y ya está, andá a explicar todo lo otro.






Revista Veintitrés, 24 de setiembre de 2008.
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