miércoles, 21 de enero de 2009




VIVA, la revista dominical de Clarín
Entrevista: el autor de “Ecofascismo” denuncia la manipulación ambientalista.
Jorge Orduna
Pensar en verde


Él ha escrito un libro que va a caerle como piedra a muchos. Jorge Orduna, periodista y ensayista que ha vivido en varios países antes de volver a instalarse en un paraje bello y desolado en la base de la cordillera mendocina, cree que su amor por la naturaleza lo amparará de las críticas que seguramente van a llegarle. En el reciente “Ecofascismo, las internacionales ecologistas y las soberanías nacionales” (editorial Planeta) denuncia la intromisión de organizaciones y personajes influyentes en la soberanía de los países subdesarrollados, el doble discurso ambientalista de los gobiernos centrales, los efectos discriminatorios de una nueva cultura verde de las clases acomodadas de Europa y EE.UU. y las vinculaciones entre los más conspicuos conservacionistas con movimientos de ideologías racistas. Epa. Valga la primera aclaración: “Mi libro no es sobre ecología, sino sobre relaciones internacionales”, dice el autor por teléfono.
Sigamos. “Comprender verdaderamente la realidad de instituciones como las ecologistas es un asunto complejo. Principalmente porque estas entidades han empleado y emplean, desde sus orígenes, un buen porcentaje de sus energías y su dinero en la promoción de una imagen de sí mismas”, escribe. Pero, ¿cuál es esa imagen? “Justamente la que tenemos: gente joven, altruista, libre y valiente que defiende la vida silvestre de la contaminación generada por las grandes ciudades, por el hombre y el progreso”. Para Orduna, la cuestión del ecologismo (usado como sinónimo de ambientalismo, conservacionismo o preservacionismo) es “un paradigma el signo de los tiempos: la implementación reaccionaria de causas aparentemente progresistas”.
Veamos.
“Hay un factor profundamente conservador en el ambientalismo. En muchos casos se considera que la sola presencia del ser humano altera el medioambiente. El ser humano, al multiplicarse, va necesitando cada vez más espacio. Va desforestando y eliminando la fauna que depreda la agricultura como prerrequisito del desarrollo agrícola. Tomemos el ejemplo de Kenia, donde los ingleses pasaron de defender al leopardo cuando no había emprendimientos agrícolas a modificar la legislación ambiental y eliminarlo cuando llegaron sus colonos a desarrollar ganadería propia. En Europa occidental, por ejemplo, no queda nada de bosque nativo porque ellos ha controlado su medioambiente en función de sus necesidades humanas. Pero ahora, por caso, se le pide a América latina que no toque su bosque nativo y a África que mantenga manadas de elefantes que destrozan plantaciones y son muy peligrosas hasta para los humanos”.
De este razonamiento básico (a mayor población, mayor degradación ambiental) parten las iniciativas de control poblacional, compartidas por muchos ecologistas y, también, por los movimientos racistas. Para el autor, el bombardeo mediático está generando un tipo de “hipersensibilidad” que lleva a posturas ecologistas radicales. “Todos los canales naturalistas son extranjeros y tienen una visión del conservacionismo muy diferente de la que desarrollaríamos nosotros. El ser humano tiende a sensibilizarse bajo la forma que le es propuesta y si le muestran la caza de una foca se piensa más “pobre animalito” que “pobre familia esquimal” que no tendrá ni comida ni vestimenta ni calor ni luz sin esa caza. Si yo tengo un rancho en el norte argentino, mi actitud con el bosque nativo no será la misma que aquél que lo ve por Animal Planet. Es un bombardeo que tiene un efecto de radicalización sin distinciones: nadie quiere chimeneas, basura o contaminación, pero lo coherente sería no coartar toda forma de desarrollo por posturas extremistas”.
¿A quién hay que escuchar entonces?
Al sector científico nacional. Los temas de medioambiente, de ecología y de recursos son demasiado importantes para dejarlos en manos de ambientalistas de los países industriales. Uno de los problemas principales es el tremendo instrumento que significa para los ecologistas la presencia mediática. En EE.UU. y en Europa están creando una cultura en torno de la ecología para la clase media acomodada. Ese nuevo ecologista está a favor de la energía nuclear, no consume productos que vengan de más de 25 kilómetros y compra en tiendas de lujo productos ecológicamente sanos. Sin embargo, por su consumo energético, un estadounidense arroja a la atmósfera veinte toneladas métricas de dióxido de carbono, mientras un argentino, sólo tres. Pero si el producto es menos ecológico cuanto más lejanamente se produce (por el efecto contaminante del combustible que se utiliza para su transporte), ¿qué pasará con nosotros, que somos proveedores a una distancia enorme de los centros de consumo europeos y estadounidenses? La ecología es una forma sofisticada de dominación para mantener el lugar de privilegio que hoy tienen.
Orduna critica a los dirigentes de las organizaciones vinculadas a los partidos de derecha, grupos paramilitares, fabricantes de armas, nazis y fábricas contaminantes. Sin embargo, están también quienes gozan de una buena imagen pública. Hablamos de los empresarios estadounidenses Douglas Tompkins y Ted Turner, quienes han comprado enormes porciones de territorio en América latina y África con el publicitado objetivo de preservar su riqueza natural. “Esta gente compra cientos de miles de hectáreas y las entrega al Estado con la idea de convertirlas en áreas protegidas. Aunque suene paradójico, un parque natural también tiene un impacto ambiental. Decidir si se va a hacer o no un área reservada es una competencia del Estado, y no siempre está bien. En el Sur, por ejemplo, donde Tompkins tiene unas 800 mil hectáreas, hay tierras fértiles que podrían cultivarse si se desviaran ríos. Pero si las compran, bloquean el desarrollo económico. “Conservar el mediambiente” no hace crecer a un país ni cultural ni económica ni socialmente”.
¿Hace bien en alterarse el presidente de Brasil cada vez que desde el Primer Mundo quieren proteger el Amazonas?
Es un problema de soberanía. La propaganda ecologista apoya una visión desde el mundo industrial sobre el Tercer Mundo prácticamente de propiedad. Son tan valiosos los bienes de la biodiversidad de la selva amazónica, que se instala la percepción de que eso es patrimonio global. El catastrofismo lleva a la opinión pública de los países industriales a la intervención. Es fácil señalarnos como afectando bienes de toda la humanidad y dar por sentado que no tenemos derecho a administrar nuestros recursos.






Texto: Ana Laura Pérez (alperez@clarin.com)
Fotos: Coco Yañez.






Revista VIVA, , 17 de agosto de 2008. Ps.36-40.

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